Rozando sus cabellos, ahí estaba yo, oliendo su perfume, ahí estaba ella, a mi lado, acurrucada, entre mis brazos, protegida del mundo exterior, entre mis brazos, segura de la maldad de fuera, segura de todo mal, entre mis brazos ella soltaba un suspiro, miradas entrelazadas entre mantos de sol, entre olas de mar, entre tormentas de arena, ella me miraba, yo la miraba, sus ojos mostraban una felicidad inmensa, mas inmensa ella desnuda ante la soledad, mas yo fui su ropa, su compañía, ella desnuda ante el olvido, mas yo la hice recuerdo, yo la ame, ella me amó, que paso entre los dos.
Corre entre sendas de espinas, se despide, con un beso, y en mis labios quedan restos de la nicotina de su cuerpo, fluyen por mis venas, no está, mas mi corazón la desea, necesito mas de ella, la necesitan mis dedos que recuerdan el tocar de su pelo, la necesitan mis ojos que, llorando, admiraban cuanta belleza había en el solo cuerpo de una mujer.
Lloro, mis lagrimas caen en la arena seca, como yo, seco, dame tu agua, déjame beber del néctar de tus labios, déjame sentir una vez mas el tacto de tu pelo, oh porque mi mente te recuerda, porque me perturbas, porque te vas, adonde fuiste, donde estoy, quien soy. ¿Mis brazos no te protegían demasiado? ¿Mis dedos no acariciaban lo suficiente? ¿Mis ojos no admiraron poco la belleza que ante mi aparecía? Del cielo caíste, oh ángel mio, y al cielo regresaste dejándome en el martirio, en el infierno, solo ante la oscuridad de la soledad, mas no saldré de aquí, no sin ti, vuelve ángel, vuelve donde me dejaste, pues aquí estaré esperando mientras todavía recuerdo como me amaste esa noche solos ante la luna.